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L. Montecchi: Globalización y salud mental


Leonardo Montecchi

Globalización y Salud Mental

 

Ciertamente, en el desierto trazaré un camino;
en el páramo, ríos
Isaías 43


Imaginemos un espacio, un espacio cualquiera; hay una relación entre ese espacio y la mente que lo imagina. Así, si el espacio es lineal, ilimitado, cubierto de puntos y pliegues, nos aparece la tierra del nómada.

El espacio nómada es inmenso, los puntos de referencia son los pozos en el desierto, las estrellas en el cielo de la estepa, un árbol, un oasis. El mar es un espacio nómada aún no segmentado por meridianos y paralelos.

La cartografía de estos espacios, de estas tierras y de estos mares, es cambiante, es la narración del viajero, es el mapa que se modifica con cada nuevo deambular.

El nómada sigue los flujos de los deseos, de las migraciones, recorre un espacio sin confines, traza líneas y curvas para llegar a puntos desde los que parten otras líneas, otras curvas.

Si el espacio está segmentado, delimitado, fortificado, plagado de murallas, empalizadas, alambradas, se nos presenta el territorio del déspota.

Aquí se ejercita el control perinde ac cadaver, los puntos de referencia son los recorridos preestablecidos y prescritos por el déspota, que ordena los comportamientos.

Los mapas evidencian las propiedades, delimitan los otros territorios con los que se tienen relaciones de fuerza; está la ciudad, la ciudad estado, estados que imponen su propio dominio sobre la tierra.

En los límites del territorio, en sus márgenes, permanece la tierra nómada: hic sunt leones, los bárbaros fuera del limes que no recuerdan las derrotas y no se rinden a la civilización.

También en la civilización, en el territorio, aparecen líneas de desterritorialización, momentos que escapan al control, disociaciones colectivas ritualizadas, así como momentos críticos, guerras, terremotos, pestes, migraciones, revueltas que hacen emerger el espacio nómada dentro de la línea de murallas.

Pero hay un espacio en expansión en el territorio: es el espacio del mercado, la inmensa recolección de mercancías provenientes de toda la tierra, mejor dicho, la tierra con todos sus territorios, se nos presenta como un inmenso mercado en el que circulan libremente las mercancías usando las vías de comunicación, desde las caravanas a los bits. El mercado o los mercados definen el espacio del vendedor y del comprador.

No hay territorio, el mercado es global.

Este es el horizonte espacial de la globalización, su forma arquitectónica es el Centro comercial o el hipermercado, incluso el Mc Donald, un espacio de mercado que no tiene nada que ver con el territorio, que se reproduce, con pequeñas variaciones, sobre toda la tierra.

También las ciudades se transforman en metrópolis y megalópolis, y en este espacio del mercado tienden a confluir en una única gran red que hace cada vez más similares los habitantes de Calcuta a los de Londres.

¿Qué diferencia el aeropuerto de Buenos Aires del de Manila?. ¿Qué diferencia hay entre una estación metropolitana de Ciudad de México y una de París?

En este espacio se podría tomar tranquilamente el tren en Tokio y salir en Milán. Todo es mercado. Todo está desterritorializado. ¿Todo?. No. Si las mercancías circulan en este espacio no sucede lo mismo con los sujetos. El mercado derriba las aduanas, facilita la circulación de aguas minerales, bebidas, vinos, frigoríficos, automóviles, televisores, ordenadores, dinero, capitales, a condición de que sean objetos, mercancías propiamente, que no expresan ninguna subjetividad.

Los seres humanos sólo pueden circular como mercancías, como esa mercancía particular que es la fuerza de trabajo. Deben ser requeridos por el mercado.

Esto es una contradicción.

La formación del espacio mercado tiene una terrible fuerza de desterritorialización, territorios enteros son barridos, formas de vida organizadas alrededor de otras espacialidades son absorbidas por la máquina capitalista, los vínculos de sangre, las fantasías familiares, las semióticas parciales convergen en el paradigma del mercado.

Los mercados son los sujetos y los objetos de este espacio. Aquí el alfa y el omega del significado es la acumulación.

Entonces, el espacio del mercado libera del control del déspota, del estado, pero también de las normas morales de un superyo, de los vínculos y de los deberes de la comunidad de sangre: la Gemeinschaft. El Otro generalizado con sus prescripciones de rol disminuye el control para desembocar en un espacio más vasto.

Un nuevo estado de conciencia.

Pero estas fuerzas decodificantes encuentran una nueva codificación.

No somos todos iguales en el mercado. Hay quien compra, hay quien vende, y hay quien vende esa mercancía particular que es la fuerza de trabajo, el saber hacer. Así pues, hay quien compra y quien vende saber hacer. Saber hacer es información, potencialidad de información, capacidad de contener información, capacidad de elaborar información. En suma cerebros, cerebros biológicos.

La venta del cerebro codifica un dominio, un territorio, una forma institucional, un control social. Retorna la norma moral del superyo, el Otro generalizado impone una jerarquía de roles, un territorio delimitado, un cerebro de silicio, un lugar de trabajo, un sitio controlado, un tiempo secuencial y planificado, un resultado, un salario, unas satisfacciones, un imaginario, una semiótica.

La máquina capitalista se conecta con los aparatos de control de cualquier contestación y nos abre de par en par el espacio del imperio.

El imperio es el territorio global segmentado en aparatos de control. Conocemos las siglas de estos aparatos: OTAN, FMI, OSCE, WTO, etc.

Se trata de aparatos que organizan y dirigen los flujos informativos y comunicativos. Son nudos productores de la violencia simbólica y real que impone el orden lógico, político, social, económico y libidinal.

Son máquinas con el cerebro de silicio, Inteligencia Artificial alimentada por la energía de los cerebros biológicos.

Esto es el imperio: una máquina de máquinas que produce una semiótica, es decir, una modalidad de interpretación del ser en el mundo, en el que el deseo está en otro lugar y la conciencia es falsa.

Pero hay puntos de rotura de la máquina, fracturas por las que emerge lateralmente una subjetividad. Estas fisuras, estos delirios, estas alucinaciones, estas disociaciones abren el espacio en otra parte.

Y desde aquí combatimos todavía al imperio con nuestros Jefferson Airplane. En este espacio ilimitado, fuera de todo control se organizan los grupos operativos que elaboran las informaciones y estudian los programas de los aparatos imperiales para reventarlos.

Nosotros somos los hacker que decodifican los códigos informativos, somos el virus libidinal que infecta el silicio, somos la pesadilla que atormenta a los que dirigen, somos los deseos crecientes de los soldados, de los químicos, de los operadores insertados en cualquier máquina.

Esto y mucho más aún está en otra parte.

Pero si las marginalidades aisladas, las desterritorializaciones espontáneas, las descodificaciones singulares, las contestaciones parciales dejan entrever este espacio, son fácilmente recodificadas por otro aparato imperial de control.

Estoy hablando del DSM, un código para clasificar los trastornos mentales. Este código norteamericano funciona recodificando las descodificaciones según el orden del espacio imperial.

No hay ningún "en otra parte" en el DSM. La mirada es la mirada del control.

Primero estuviste territorializado en Kurdistán, después has sido desterritorializado siguiendo el flujo migratorio, has sido descodificado, tu superyo se ha debilitado, tu identidad se ha vuelto difusa; como el mercado no ha comprado tu cerebro biológico, vagas como un flaneur a la deriva metropolitana, y aquí encuentras a quien debe clasificarte, eres codificado de nuevo, para el imperio pasas a tener un "trastorno borderline de la personalidad". El operador que ejecuta el programa DSM no tiene emociones, no le sirven, no tiene libido, no existe, no tiene deseos, complicarían el trabajo.

Él realiza unos actos, solo, como si estuviese en la cabina de pilotaje de un cazabombardero. Su máquina debe producir un diagnóstico, independientemente de sus sentimientos y de sus pasiones, de la relación que se instaura en aquél momento, independientemente del campo, de la situación: esquizofrenia.

Este diagnóstico es una violencia simbólica que recodifica en el espacio de dominio los flujos deseantes proyectados en otro lugar.

Entonces, si este manual es un aparato conectado al complejo industrial farmacéutico que planifica el control químico ¿cuáles serán nuestros contraplanos?

¿Es una empresa vana? ¿una lucha contra molinos de viento?. Creo que no. Este manual es un tigre de papel.

Se hizo una experiencia en Estados Unidos. Rosenhan organizó un grupo de ocho investigadores que ingresaron voluntariamente en ocho hospitales diferentes, algunos universitarios y otros provinciales. Los investigadores fingían haber oído voces que decían: "vacío", "hueco", "inconsistente". Los síntomas se eligieron por su semejanza con ciertos interrogantes existenciales.

Aparte de inventar los síntomas y falsificar el nombre y la profesión o empleo, no se hicieron otras alteraciones sobre la historia personal. La vida familiar y los acontecimientos significativos fueron presentados tal como sucedieron.

Inmediatamente después de la admisión en el pabellón psiquiátrico, el investigador dejaba de simular síntomas de anormalidad.

A pesar de mostrarse sanos de mente, los investigadores no fueron nunca identificados como tales. Fueron admitidos en ocho hospitales diferentes con un diagnóstico de esquizofrenia, excepto uno, y dados de alta con un diagnóstico de esquizofrenia en vía de remisión. La internación duró entre 7 y 52 días, con una media de 19.

Tan solo los pacientes constataron la salud mental de los investigadores diciendo: "tu no estás loco. Eres un periodista, o un profesor (refiriéndose al hecho de que tomaban notas continuamente) estas haciendo un control del hospital".

Esta extraordinaria experiencia demuestra cómo se puede deconstruir un código de control.

Finalizo con una indicación operativa: construyamos grupos de ataque al DSM. Cada investigador que reciba la etiqueta diagnóstica podrá ridiculizar la violencia simbólica de aquél aparato.

Multipliquemos la experiencia Rosenhan creando grupos con la tarea de deconstruir el aparato de diagnóstico psiquiátrico del imperio.

Cada grupo puede descubrirse en el momento de reventar el código y decir al operador de la máquina DSM: "sonríe, estás en otra parte". Una foto podría documentar la expresión de su rostro.

Habrá carreras para violar los aparatos más fortificados en las universidades más prestigiosas, y se pondrán leyendas sobre los ciberpunk más hábiles para sepultar con una carcajada el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales y su task force.


Leonardo Montecchi es psiquiatra. director de la Scuola di Prevenzione "José Bleger". Rímini. Italia.

Artículo traducido del italiano por Federico Suárez.


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L. Montecchi: Globalización y Salud Mental

L. Montecchi: Globalizzazione e Salute Mentale (italiano)

 

 

 

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